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Húndete en lo desconocido que
excava.
Oblígate a girar.
René Char
Todo el esfuerzo
de lo colectivo se aboca a conjurar la necrópolis. Esta es una de las ideas-talismán que recorre Lo Colectivo, seminario que Jean Oury, psiquiatra francés, brindó
un miércoles por semana en una pequeña aula de La Borde, durante los años 1984
y 1985. Otoño, invierno y primavera ritmados por aquel esfuerzo de atención que
giraba –y gira, para quien quiera recuperarlo- alrededor de no perderle el
pulso a las subyacencias: ese
plus-de-deseo misterioso que hace que una manada de cuerpos puedan crear algo
en común –palabras, conceptos, encuentros, promesas, inconstancias- sin
repelerse ni canibalizarse. Sin ese resto, sin esas presencias molestas e
incapturables, no habría más que automatismo, separación, agotamiento,
burocracia. Cuerpos y almas en estado de muerte: necropolís
Me gustaría pensar, para retomar la apuesta del texto de André Nader[i], lo democrático como aquella subyacencia que alimenta, excede y
agujerea lo que habitualmente entendemos como democracia. Un algo-más que procedimientos, renovación
de cargos, roscas, zancadillas, cabildeos, verdugueos, elecciones. Un resto frente a esa pragmática inflexible que invita
a “elegir” cada 2 o cada 4 años, para luego de las celebraciones o tristezas de
cada caso, clausurar los deseos colectivos en aras de una economía vital usualmente
restringida y asfixiante. Posibles entristecidos, que invitan a la tranquilidad
de los sepultureros. A encerrarnos y a dedicarnos a cultivar la propia
quintita, a multiplicar los muros, sin demasiada atención a lo que le pasa a
les otres ni a lo que sucede allá afuera. Manicomios invisibles, adaptados a
las implosiones cotidianas. Lo llaman democracia pero al final del día parece
no ser más que una irrespirable política de control de daños. ¿Entonces? ¿Cómo
hacer?
Una pista, a partir de lo que deja dicho Nader en su texto: la
alteridad, el otro, es incontrolable y obliga. Insistir en eludir o denegar esa
obligación -que no debería sonar como un imperativo moral sino más bien como
una posibilidad ético-politica radical- solo amplia el horizonte de la
estigmatización y de la injuria, exponiendo a las vidas, a los cuerpos a una
constante miserabilización. Aquello que, en estos tiempos de capitalismo
implosivo, no cesa de acontecer ni dejamos de testificar. Y que se nos intenta
presentar como ineluctable destino, frente al cual, según nos cuentan los
expertos de variado pelaje y profesión, solo nos quedaría: a) el gesto
denuncialista, que se ahoga en su propia retórica de la indefensión; b) la
máscara doliente de la víctima, que nada puede porque solo sabe esperar; o c)
la conversión cínica a la moda, estetizada en postureo hater o en distonía new age,
según el caso. Alternativas infernales.
¿Hay alternativa?
Habría, hay alternativa, a condición de explorar este riesgo de estar-con
otres y de habitar sin garantías nuestra común precariedad. Ablandar el corazón como un higo en almibar
para conjurar juntes el terror que llevamos dentro. Que haya otra cosa que terror y deseo de nuevos
muros. Hay lo democrático, hay alternativa a la democracia manicomializante, si algo de este ritual de conjuro se efectúa por
fuera de los procedimientos y hábitos estandarizados, y deja correr un poco de
aire por entre nosotres. En tiempos de ecocidio y de piromaníacos suicidas que
hacen gala de su indolencia para con la tierra y para con aquelles que la
habitan y la cuidan, respirar quizás se haya transformado en una cuestión
política de primer orden. Un derecho del común a reclamar y a defender. Según
nos cuenta Franco “Bifo” Berardi en la bellísima biografía de su amigo Félix
Guattari, un acto de respiración colectiva es preciso y necesario para iniciar
cualquier conspiración. Y una conspiración es aquella brecha peligrosa que se
abre por entre lo previsible, que (nos) da tiempo, lugar y capacidad de
movimientos hasta ese momento impensables. Conspiración contra implosión: nadie sabe lo que pueden unos cuerpos que logran
encontrarse y conspirar juntos. Tal vez, y en principio, articular pequeños
actos, contraembrujos[ii]
para que el paisaje que habitamos -que deseamos habitar- no sea otra triste
necrópolis, la última de una larga serie. No parece poco.
[1]
Investigador y escritor. Este texto fue publicado en el 2° número de la revista cordobesa Hoja de Contacto (Diciembre / 2019). Agradezco a Flavia y a Juán por la invitación a la colaboración, a la escritura y al pensamiento en común.
[ii]
¡Es importante que esta dimensión de magia
sea reconocida como tal!, escribió Félix Guattari allá por 1989, cuando
los expertos, gurúes y tecnócratas anunciaban a viva voz el fin -un cierto fin.
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