sábado, 14 de marzo de 2020

DEMOCRATIZAR, CONSPIRAR, DESMANICOMIALIZAR





212
Húndete en lo desconocido que excava.
Oblígate a girar.

René Char




Todo el esfuerzo de lo colectivo se aboca a conjurar la necrópolis. Esta es una de las ideas-talismán que recorre Lo Colectivo, seminario que Jean Oury, psiquiatra francés, brindó un miércoles por semana en una pequeña aula de La Borde, durante los años 1984 y 1985. Otoño, invierno y primavera ritmados por aquel esfuerzo de atención que giraba –y gira, para quien quiera recuperarlo- alrededor de no perderle el pulso a las subyacencias: ese plus-de-deseo misterioso que hace que una manada de cuerpos puedan crear algo en común –palabras, conceptos, encuentros, promesas, inconstancias- sin repelerse ni canibalizarse. Sin ese resto, sin esas presencias molestas e incapturables, no habría más que automatismo, separación, agotamiento, burocracia. Cuerpos y almas en estado de muerte: necropolís



Me gustaría pensar, para retomar la apuesta del texto de André Nader[i], lo democrático como aquella subyacencia que alimenta, excede y agujerea lo que habitualmente entendemos como democracia. Un algo-más que procedimientos, renovación de cargos, roscas, zancadillas, cabildeos, verdugueos, elecciones. Un resto frente a esa pragmática inflexible que invita a “elegir” cada 2 o cada 4 años, para luego de las celebraciones o tristezas de cada caso, clausurar los deseos colectivos en aras de una economía vital usualmente restringida y asfixiante. Posibles entristecidos, que invitan a la tranquilidad de los sepultureros. A encerrarnos y a dedicarnos a cultivar la propia quintita, a multiplicar los muros, sin demasiada atención a lo que le pasa a les otres ni a lo que sucede allá afuera. Manicomios invisibles, adaptados a las implosiones cotidianas. Lo llaman democracia pero al final del día parece no ser más que una irrespirable política de control de daños. ¿Entonces? ¿Cómo hacer?





 Madrid / 2012



Una pista, a partir de lo que deja dicho Nader en su texto: la alteridad, el otro, es incontrolable y obliga. Insistir en eludir o denegar esa obligación -que no debería sonar como un imperativo moral sino más bien como una posibilidad ético-politica radical- solo amplia el horizonte de la estigmatización y de la injuria, exponiendo a las vidas, a los cuerpos a una constante miserabilización. Aquello que, en estos tiempos de capitalismo implosivo, no cesa de acontecer ni dejamos de testificar. Y que se nos intenta presentar como ineluctable destino, frente al cual, según nos cuentan los expertos de variado pelaje y profesión, solo nos quedaría: a) el gesto denuncialista, que se ahoga en su propia retórica de la indefensión; b) la máscara doliente de la víctima, que nada puede porque solo sabe esperar; o c) la conversión cínica a la moda, estetizada en postureo hater o en distonía new age, según el caso. Alternativas infernales. ¿Hay alternativa?




Habría, hay alternativa, a condición de explorar este riesgo de estar-con otres y de habitar sin garantías nuestra común precariedad. Ablandar el corazón como un higo en almibar para conjurar juntes el terror que llevamos dentro. Que haya otra cosa que terror y deseo de nuevos muros. Hay lo democrático, hay alternativa a la democracia manicomializante, si algo de este ritual de conjuro se efectúa por fuera de los procedimientos y hábitos estandarizados, y deja correr un poco de aire por entre nosotres. En tiempos de ecocidio y de piromaníacos suicidas que hacen gala de su indolencia para con la tierra y para con aquelles que la habitan y la cuidan, respirar quizás se haya transformado en una cuestión política de primer orden. Un derecho del común a reclamar y a defender. Según nos cuenta Franco “Bifo” Berardi en la bellísima biografía de su amigo Félix Guattari, un acto de respiración colectiva es preciso y necesario para iniciar cualquier conspiración. Y una conspiración es aquella brecha peligrosa que se abre por entre lo previsible, que (nos) da tiempo, lugar y capacidad de movimientos hasta ese momento impensables. Conspiración contra implosión: nadie sabe lo que pueden unos cuerpos que logran encontrarse y conspirar juntos. Tal vez, y en principio, articular pequeños actos, contraembrujos[ii] para que el paisaje que habitamos -que deseamos habitar- no sea otra triste necrópolis, la última de una larga serie. No parece poco.



[1] Investigador y escritor. Este texto fue publicado en el 2° número de la revista cordobesa Hoja de Contacto (Diciembre / 2019). Agradezco a Flavia y a Juán por la invitación a la colaboración, a la escritura y al pensamiento en común.



[ii]  ¡Es importante que esta dimensión de magia sea reconocida como tal!, escribió Félix Guattari allá por 1989, cuando los expertos, gurúes y tecnócratas anunciaban a viva voz el fin -un cierto fin.


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