domingo, 29 de marzo de 2015

MIRTA ROSENBERG : VI ESA ACACIA, TE VI, NO PUEDO QUEJARME



                                                   
Balthus - The Cardgame (1950)





LA INCONSTANCIA

No estamos de acuerdo en todo. Nuestro amor,
decimos, no es 'de tan tonta calidad'. Decimos
a cada rato no hay que vivir en la jaula de los monos,
haciendo escalas con las lianas del ascenso individual,
de subida exclusiva,
sin atender a la melodía elíptica del organillero.


No hay que vivir así, hay que dar
y escuchar otra nota, su descenso melodioso,
su caída impar y no
un ejército de monos oponiendo
el pulgar a cualquier cosa. Me opongo
a eso, pero entonces decís,
con la sensatez de quien ama menos de dos,

nada es tan terrible.


Pero es terrible y lo siento
y siento que no lo sientas, y sentís,
con la sensatez de quien ama menos de dos,
que todo tiene solución. Y sin duda por suerte
todo se disuelve en esta calma, la de la incomprensión
que sale a comprar un revólver o

para el caso, un reloj.


Y mientras tanto está el alma traspasada
por la comprensión, un calor siempre amarillo,
alimonado, un árbol de palabras del que cuelga el colgado,
el que se entrega a la sucesión, a lo que sucede y no pasa,
al fruto del capullo
de la hoja de la rama

del árbol de palabras.


No hay menos de dos, esas arboledas altísimas
bajo las cuales lavar ropa sucia con discreción.
No presumir de suciedad, tampoco de limpieza.
Tener una cola ancha como el mar
con sus mareas, la historia de durar
sin seguridad, sin saber cómo crece, si crece,

el árbol de que hablamos.


Pero hablamos, hablamos, en escenas
sujetas a la interpretación. 'No puedo ser
la acacia y debería' parece una sentencia,
pero es tan sólo función de la poesía postularlo.
Vi esa acacia, te vi, no puedo quejarme porque
no me viste, estoy vestida y no para una boda,
es toda una alegría postularlo. Amo donde somos dos:
el centro de la tierra, el fondo del mar donde la luz no llega,

donde están los colores más brillantes

si alguien encendiera el reflector.


Allí donde manos, ojos, donde llega sólo
la voz por arrebatos, allí
el árbol ha enraizado.


Estamos de acuerdo un poco. Una incierta
tonalidad de la luz, un breve matiz de la mirada
y cierta felicidad de la ausencia, la más callada, la que hace
que las palabras no desaparezcan y se pierdan
en el follaje nuestro,

el de esta ramas.


El silencio fertiliza. este desierto se vuelve,
de pronto, una llanura soleada donde volvemos
a cambiar de dirección, donde cada serpiente no muestra
su silbido sino la piel que ha mudado y por un tiempo
la hace parecer otra serpiente, que no se desenrosca

del árbol que ya hablamos.


Y ya hablamos. Te quiero muchísimo dijiste
y dije que te amo: el maquillaje de la jaula de los monos
exige una pluma en cada cola prensil
para tener las manos libres, o mejor, un lápiz indeleble
pero nunca un cuchillo en nuestras manos, ni dañar
la corteza bajo cuya superficie -tenemos la esperanza-

fluye nuestra savia.


Te escribo con mi lápiz indeleble
que no tiene marca, aunque yo
esté marcada. Sálvese
en mí la mirada, sálvese la palabra.





En "El Arte de Perder", 1998


martes, 24 de marzo de 2015

SILVINA LÓPEZ MEDÍN: INCRUSTAR CADA TANTO EL NOMBRE PROPIO


                                                               Willem de Koonig - Pink Angels (1945)



Vivere ardendo e non sentire il male, / e non curar ch’ei che m’induce a tale, dice Gaspara Stampa en sus recordadas Rime . En este dístico, aquella poeta italiana de versos trágicos y a la vez sutiles condensa y abre a la posibilidad de una ética de la escritura inherente al poema y a los umbrales que este suele atravesar cuando es la intensidad, y no la retórica o la preceptiva, la que guía su devenir y su puesta en acto. Hablamos de intensidad como una forma de respirar y, porqué no, de arder en la escritura y de la escritura como una forma de ardor y de respiración, de la poesía en tanto emplazamiento que convoca esos signos sensibles. Esa sal en la boca para decir manglar, último libro de poemas de Silvina López Medín, dispone desde el título una apertura a dicha constelación sensible desde una cierta extrañeza en el lenguaje. Recupera un resto de la tradición lírica castellana –el título es un verso alejandrino clásico- y en el mismo gesto de iteración, introduce  la diferencia frente a dicha tradición. Este gesto es lo que vuelve interesante la escritura de López Medín. Un modo singular de decir desesperación –y esta es una forma de desesperación / la uña que raspa / en busca de la punta, apunta en uno de los poemas-, de recordar y nombrar lo que sale a flote en la escritura, casi siempre fuera de foco. De exponer las palabras a su impropiedad constitutiva, motivo para que el poema devenga diálogo infinito.


El manglar, según nos cuenta la botánica, es un bosque pantanoso donde se produce un encuentro, siempre inestable, entre el agua de mar, salada, y el agua dulce de rio. El cruce de aguas obliga a estos árboles inmensos, cuyas raíces permanecen en la superficie, a adaptarse a los diferentes ciclos donde la marea es más o menos salada, más o menos dulce, dotando a este ecosistema de una inusual plasticidad. Recurrir a la figura del manglar le es útil a López Medín para dar cuenta de las tensiones y las dificultades que acompañan a quien escribe. La necesidad de hacerse de un cuerpo entre las palabras, con su fisiología y sus intensidades particulares, pareciera ser la tarea y, si se quiere, el conato más adecuado para hacer pie en una topografía que nunca termina de ceder en su hostilidad. El poema La Conversación, tal vez uno de los pasajes más potentes del libro, enuncia lo anterior sin ambages: Había memorizado / las formas de encajar / el cuerpo en las palabras / cómo hacer un relámpago / de una mínima risa / incrustar cada tanto / el nombre propio / en busca del punto firme / de la piedra / donde comienza el salto a la otra orilla. / Había hecho todo / pero todo / fuera de ritmo / como quien ve un cartel que señala / una montaña y piedras / piedras que caen, / no sabía detener ese derrumbe.


El arribo a la escritura, el diálogo a menudo desesperado –así supo firmar Paul Celan en su Discurso del Meridiano-, son convocados por esta poesía en tanto experiencias de un no saber detener ese extraño derrumbe que el poema suele instituir en la lengua. Un habla oblicua, allí donde las palabras, siempre inadecuadas al decir, horadan los significados y las identidades fijas. En estos intersticios, en sus opacidades y ardores secretos, López Medín construye, con la resistencia y la paciencia de esos árboles inmensos y añosos, su propio manglar.


Publicado en OTRA PARTE (edición semanal) - 1 de Enero de 2015


*

UN POEMA

Como y duermo con un desconocido

Lo que un avión permite:
el filo moderado de un cuchillo,
dos o tres formas de acomodar el papel metal
plegado prolijamente o hecho un bollo, las mismas formas
de acomodar el cuerpo en el asiento
ahora que la azafata apaga las luces sin palabras de despedida
como una madre severa o muda,
esta cabeza desconocida no encuentra el lugar
no se entrega al sueño
cae en mi hombro, se levanta
prudente oscilación
del vino en la copa descartable
no cruzamos palabra
pero algo cruza cada tanto
la frontera del apoyabrazos
mi mano que alcanza
la copa a la azafata, o el ritmo de esa respiración
que se agrava, se resigna
se quedó dormido, pienso
pero quién
se quedó dormido
no tiene nombre
se quedó dormido
insisto y mis párpados
se van cerrando
como una madre cierra
lentamente la puerta
hasta escuchar el click
mi cabeza cae, estoy
en el hueco de un hombro.


Silvina López Medín - Esa sal en la boca para decir manglar (2014 )

domingo, 22 de marzo de 2015

R. M. RILKE: QUIEN AHORA NO TENGA CASA, NO LA EDIFICARÁ



 Oskar Kokoschka - Landscape at Ullapool (1945)




DÍA DE OTOÑO



Señor, es la hora. Largo ha sido el verano.

Posa ahora tu sombra sobre los relojes del sol

y deja al viento perderse en los portales


Haz que maduren los últimos frutos, 

ofréceles dos días de ocaso hasta su 

consumación, atrapa del vino severo

su postrero dulzor.


Quien ahora no tenga casa, no la edificará.

Quien solo esté ahora, solo permanecerá

y velará, interminables cartas escribirá;

mientras las hojas se arrastren de un lado

al otro deambulará



RAINER MARÍA RILKE ( PARÍS, 1902)



*



HERBSSTAG


Herr, es ist Zeit. Der Sommer war sehr groß. / Leg deinen Schatten auf die Sonnenuhren, /
und auf den Fluren lass die Winde los. / Befiehl den letzten Früchten, voll zu sein; /
gib ihnen noch zwei südlichere Tage, / dränge sie zur Vollendung hin, und jage
die letzte Süße in den schweren Wein.  /  Wer jetzt kein Haus hat, baut sich keines mehr.
Wer jetzt allein ist, wird es lange bleiben, / wird wachen, lesen, lange Briefe schreiben
und wird in den Alleen hin und her / unruhig wandern, wenn die Blätter treiben. 





TRADUCCIÓN: FC