martes, 11 de febrero de 2020

VIVIR, SOBREVIVIR, INADECUAR








Preguntar por lo que no se adecua y sobrevive. Por la vida y la sobrevida de esos deseos extraños. La inadecuación: un fantasma, un problema. Eso que quizás no te deja respirar ni te permite dormir.


mi cuerpo: lo inadecuado, sin retóricas ni mediaciones. al despertar es el dolor, onomatopeyas. mi cuerpo expone sin aspavientos sus fibras cansadas o heridas, invita a la discreción


discreción: otra forma de nombrar lo que es frágil y ama desaparecer


levantar mis carnes de la cama en esos días (5 de cada 7, en una aproximación personal) me obliga a hacerme pequeño, casi invisible. a evitar las brusquedades, a contemplar sin más sus torpezas. mi cuerpo es la cosa más honesta que conozco hasta ahora


Con inadecuado me gustaría poder decir algo sobre lo que no se adapta (porque no quiere, no puede, o por la infinita combinatoria de ambas opciones) a la lógica mayor en la que funciona y se impone este mundo de capitalismo flexible. ¿Cuánto dura, cuanto soporta aquello que no se adapta? ¿Es viable no adecuarse?  ¿Qué esconde esa (in)flexibilidad? ¿Qué apoyos necesita un cuerpo que quiere hablar otros lenguajes para sostenerse?  


Uno o varios sistemas de apoyos, uno o varios ejércitos de brazos, una balsa de nudos ni muy sueltos ni muy duros. Suponer que dentro de este engranaje de adecuaciones compulsivas –el corazón de la bestia[1] dentro del cual habitamos- hay quizás otros mundos y lógicas, desalineadas, menores, tal vez más sueltas y hospitalarias. Bordearlas, ensayarlas mediante acercamientos, fintas, errores, aproximaciones más o menos sutiles. Dar vueltas hasta desorientar la lengua, abrir un agujero en ese corazón. Lo inadecuado es algo que se me escapa y me hace escribir. Extraña fidelidad.


el dolor: ese primer gesto que invita a la discreción. El dolor es una posibilidad de  silencio. me levanto de la cama con esfuerzo, las fibras tensas. Cuidado.



*



Esta inquietud por la supervivencia de lo que no se adecua, en mi caso particular, excede a los seres asignados al reino de l*s human*s. Me interesa el verbo sobrevivir y sus situaciones. Habitar lo que sobrevive -sus texturas y sus musicalidades anfibias e inestables- por lo que podría dar a vivir, más acá y más allá de la así llamada “vida”. No sé lo que es vivir, observo que la vida yace y languidece ritmada por


a) el trabajo,

b) el consumo

c) la precariedad compulsiva

d) el anhelo de crecimiento y de progreso constante –anhelo que solo parece admitir líneas, espacialidades y temporalidades rectas

e) la fracturación[2] interminable de todo aquello que pueda ofrecer un valor. Vivir fracturados en el cansancio, la desensibilización; vida envenenada por un tipo particular de crueldad[3] que todo lo atraviesa, arrasa, y desertifica.


Pensar lo inadecuado entonces como otro modo de ritmar, de hacer y de dar lugar, de cuidar y de sobrevivir –junt*s, pero también y necesariamente sol*s. ¿Cuánta soledad nos es deseable? ¿Hasta donde?
  

dar cuenta de lo que al cuerpo le duele es un modo de acercarlo al alma, de ganarse un alma, de romper sus aislamientos y garantías. el alma es una cosa rara que repele la comodidad


levantarme, tener cuidado, quizás escribir. como quien quiere ganarse todos los días un alma y una distancia encarnada que la recorra



Traer al mundo lo inadecuado, sus mundos y existencialidades supone, creo, poder situar el pensamiento por fuera de cualquier criterio o superioridad moral. Frente al horror de una cotidianidad devenida unicamente economía, el único modo de posicionamiento y de conjuración de dicho horror pareciera ser la moralización –y su correlato, la indignación. Indignarse puede ser un buen primer paso, un síntoma de que algo del orden de un resto inasimilable sigue pulsando e insistiendo. La basurita en el ojo glotón. Una señal de que  no todo es visible con los ojos abiertos. Pero no creo que haya involucramiento en la situación que se habita, ni posible intimidad con las fuerzas, afectos y perspectivas en juego que configuran dicha situación, si solo hay indignación. Solo una chillona exterioridad, un aliviador sentirse afuera. Indignarse, claro, pero también poder apostar a  ir un poco más allá, no para rehabilitar ni “curar” nada sino para dirigir la atención a lo que se presenta como presuntamente insoluble.






[1] Imagen fulgurante que tomo prestada de Hijos de la noche (Santiago López Petit)

[2] Fracturación: traducción libre del término fracking. El fracking es una técnica utilizada para posibilitar y aumentar la extracción de gas, hidrocarburos, y diversos minerales valiosos, en la cual se emplea una gran cantidad de agua y de productos químicos altamente contaminantes. Me interesa desplazar la imagen del fracking para pensar cierta sociabilidad contemporánea, unidimensionalmente vertebrada por el deseo de extraer y de maximizar beneficios (económicos, simbólicos, subjetivos) a como dé lugar, al extremo de llegar a romper y fracturar aquello que en un* otr* es lo más singular.

[3] ¿Habría quizás otro tipo de crueldad mediante la cual intimar con el dolor y  la soledad, con el silencio y  sus equívocos y fallas? Crueldad desrealizante de lo que llamamos realidad, arriesgo, atenta a sus seducciones y mecanismos compensatorios. Antonin Artaud situaba en el cultivo de este tipo de crueldad la posibilidad de una gran salud, de un renacimiento que pudiera romper amarras con las imágenes de Dios, del Hombre y de la Verdad –y su metáfora tal vez más condensada, el Capital.

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