La piedra de la casa se desgasta. Escucho cómo golpea afuera el
agua. Algo de mí crece lejos. No sabría estar como antes intacta
en el hogar, apegada a la luz de sus instrumentos.
Ana Laferranderie - Volcar la cuna ( 2013)
Pareciera ser que todo hogar, cualquier hogar, está condenado al desgaste y a la ruina, y que dicho desgaste también condenaría a la ruina a sus habitantes en tanto estos no puedan o no quieran dar cuenta de la misma. ¿Qué significa entonces `dar cuenta´? El poema lo indica: escuchar. Escuchar el agua que desde un afuera irreductible cae sobre la casa, asesta un golpe e imprime una herida, pero tambièn ofrece -¿dona?- en su espaciamiento y fluidez infinita, mayores posibilidades de movimiento. Y la escucha, el oído, que al imprimir su propia organicidad a la experiencia la transforma en un plano de inminencia. Inminencia que, por sí misma, sitúa a quien escribe en un horizonte de no saber y de apertura radical, desde la cual poder hablar un lenguaje quizá más extrañado. Todo hogar se encuentra habitado antes y después de nosotros. Ruina de la cual dar cuenta, que no deja de ser fortuna. Quizá allí, en este co-habitar distante y a veces imperceptible, crezca algo próximo. Y ya no haya sitio puro ni se pueda ni se sepa estar como antes.
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