Helio Oiticica, Sin título, 1956.
Nada disimula la perfección del amor.
Un auto en marcha atrás. Memoria del agua en movimiento. Beso.
Gusto particular de tu boca. Ultimo tren subiendo al
cielo.
Aguzo el oído.
Los aparatos que sólo hacen sonido ocupan el lugar
clandestino de la felicidad.
Necesito atarme al velamen con mis propias manos.
Sirgar.
Desde aquí al fondo de la reserva forestal oigo cosas que
nunca oí, pájaros que gimen.
(Versión de Teresa Arijón y Sandra Almeida)
*
Se escribe sobre el amor. De qué otra cosa escribir sino sobre aquella tempestad?. Un gran demonio -tal fue una de las tantas definiciones de Eros- que condena y a la vez salva, que provee el alimento necesario en tanto se lo deje hacer y se le permita hablar. Experiencia sin espejo ni reflejo, por sobre todas las cosas. Savoir faire; el cuerpo se dispone y se expone como un pentagrama asediado para oír y eventualmente participar, si es al fin invitado y logra soportar el murmullo, en un ritual cuyo fondo parece ser un temblor indefinible. La subjetividad se parece a un robo inicial, escribe Ana C. en otra parte, intentando cifrar, al calor de una conjetura lanzada casi al pasar, el tono desde el cual aguzar la espera. Espera cuya cartografía se construye a partir de una promesa incumplida. El deseo operante por vía de una destitución más esencial que prepara el acontecimiento; viene si no lo llamo y si lo llamo se aleja. El habla, en tanto mónada significante, discurre atónita.
*
Cualquier sutileza prepara el abordaje; un gusto particular en la boca, oír cosas que nunca se oyeron. El gorjeo del pájaro que invita a la distancia y al dolor implicado en dicho habitar, nunca completo. Imposibilidad de reticulado alguno: un resto permanece siempre por fuera del conjunto. Despojo o epifanía, dependerá de la escucha y de la respuesta pero también de la suerte. Ningún dios ha abolido alguna vez el azar. Y nada ni nadie disimulan dicha perfección.
No hay comentarios:
Publicar un comentario