“A
aquellos que trabajan, para quienes <<no va nada de suyo>>,
próximos
a lo Real –lo contrario de aquellos que
llamé
hace
un momento <<sirvientes>>- se los podría llamar
<<obreros
del Colectivo>>. Su primera función sería ser los
<<barrenderos>>,
a fin de destapar las avenidas con atascos
imaginarios,
las relaciones de prestancia de no sé cuales
intereses
imaginarios, lo que alimenta la inercia”[1]
Toda escritura, toda
lectura pueden valorarse por los encuentros, por las sublevaciones que
estimulan y propician. En este caso, el de Jean Oury, se trata de asistir al
proceso de una escritura y de una transmisión –medio-decir entre la práctica
ecosófica del psiquiatra, la voz serena del enseñante y su posterior y muy
delicada transcripción textual- que se hacen hoy, años vista, cuerpo y conjuro reverberantes contra un
agresivo deseo de orden, proliferante de un rincón a otro del planeta. A dicha
necropolización en curso Oury le opone una conmovedora expresión –LoColectivo-
con la que tituló el seminario que dictó en la Clínica Saint-Anne durante los
años 1985-1986. LoColectivo: expresión
que funciona -y no solo en este texto- como una especie de insistente password para descifrar y liberar
futuros apenas visibles. Mantra que puede oirse sutilmente en cada marcha, en
cada encuentro, en cada pequeña sublevación. Declinado aquí –tirada de dados
mediante- en el modo neutro -degenerado, anónimo e inapropiable. Expresión que logra funcionar –proceso, lo
sabemos, cargado de reversiones, dificultades y sutilezas- como nido de otros
posibles, excesivos, necesarios. LoColectivo, entonces: infinita riqueza
abandonada. Palabra-amuleto que día tras día nos decimos e inventamos para
poder seguir relanzando la promesa de una vida deseable, en común, y no
despeñarnos por el precipicio del odio y la desesperación, a los que muchas
veces nos empuja la precariedad y la brutalidad vueltas única escena. Frágil
balsa sobre la cual transitar tiempos de agujeros negros y catástrofes
inminentes. ¿Cómo hacer?
Un principio o
pista: Hay una subyacencia… en todo cuerpo individual y colectivo hay algo que
resta después de los cálculos, las obsesiones, las negociaciones, los pequeños compromisos
cotidianos. Una hebra que siempre queda por fuera del tejido. Observar ese
fleco suelto, seguirle el rastro. Es una decisión, dice Oury, dejarse guiar por
la subyacencia, por aquello que se dispone en la superficie sin dejar de
resistirse a ser totalmente visto, nombrado, devorado. LoColectivo: ni slogan
ni bandera. Más bien ocasión siempre abierta de volver más cercano, de dar
tiempo y de amar lo que ya está ahí, pulsando nuestro querer vivir. De
fertilizar con ese poderoso humus nuevos espacios de existencia, que nos
abriguen en nuestras junturas pero también en nuestras soledades. Porosos y hospitalarios para con los
múltiples reinos que habitamos y que nos rodean. ¿Singularidad?
Fernand Deligny - Lignes d´erre (1969-1979)
En LoColectivo se
amasa y se fragua a fuego lento, un poco a tientas, una apuesta política,
terapéutica y sensitiva de altísima intensidad. Las intensidades centellean, se
hacen su propio lugar en la lectura conversada y en una escucha que no por
oscilante es menos atenta y experimental. Apuesta que es también la de un
saber-hacer con los ecos –esos bálbuceos mínimos que sostienen el trabajo de
una vida- y los trazos de historia que permanecen entre las ruinas de un pasado
que no deja de reaparecer entre esos ecos, ni de solicitar todo intento de
clausura o de banalización. En este sentido acompañar la deriva del
psiquiatra-brujo a través de su propia constelación polifónica, que anuda
diversos nombres, instituciones y procesos (los ´68, La Borde, Guattari, Tosquelles,
las reformas psiquiatricas, la promesa de la autonomía, un cierto orgullo loco)
es también la gloriosa posibilidad de volver a encontrar en ese trenzado algo
de aire y de fuerza para alimentar nuestros desafíos presentes. Enlazar
provisoriamente esos nudos siempre insepultos que yacen en la voz y en la
escritura de Oury, y que invitan a explorar y a dar lugar a sus resonancias
actuales, es una tarea no solo de interpretación o de exégesis crítica, sino de
puesta en uso y de relectura politizante.
Considerar LoColectivo
como una suerte de caja negra intentando ver de entrada qué hay en suerte,
cuáles son los efectos y cuáles son deseables, dice y escribe. La suerte, el deseo,
los efectos. Como en aquel poema de Miguel Hernández[2],
“tres heridas” que constituyen LoColectivo en tanto territorio de potencias
nunca seguro ni garantizado, a la intemperie y en constante peligro de captura
y neutralización. LoColectivo siempre está en peligro: de allí su poderosa
ambivalencia y dificultad. LoColectivo es difícil, claro -¿quién no lo ha
experimentado alguna vez?- porque existe
una enorme y sofisticada maquinaria dispuesta a trocear y a reticular ese
espacio frágil, germinal, y a producirle todo tipo de dobles envenenados (ver
sino su “marketinización” a través de la proliferación de comunidades-marca…).
Aquí son necesarias disposicionalidades,
modos de estar y de habitar en estado de vigilia (no necesariamente
vigilantes), cuidadosas para con estas tres heridas elementales, sin las cuales
LoColectivo se pierde en alucinaciones imaginarias, en mitos de clausura que
redundan –es lo más habitual- en sacrificios y catástrofes. LoColectivo nos
habla aquí del desastre – de las manías y los demonios, del circular sin astros
ni cabezas, como dice cierta etimología- abjurando de cualquier pulsión
depuratoria. Es más bien, y ante todo, gentileza: presencias amables para con
lo que siempre subyace del otro lado de lo explotable.
Y es que una
práctica gentil resulta imprescindible para respetar la dimensión de oposición
y desacuerdo inherente a toda función-colectivo. Para que esa zona inestable
hecha de azares, deseos, efectos libres pueda acoger y fertilizar los mundos
que pugnan por emerger. Mucho de cierta
“eficacia” –no ligada al programa sino más bien al ensayo y, sobre todo, al
error- del pensar-hacer colectivo se
juega, dice Oury, en esta poiesis compleja, signada por el respeto al otro en
su distancia y en su dimensión de misterio y opacidad. Derecho a la inclusión y
a la deserción, al reconocimiento pero también al anónimato. ¿Democracia por venir?