Qué lento pasa el
tiempo.
Parece que ya.
Todavía no.
Sí, ahora.
Parece que ya.
Todavía no.
Sí, ahora.
WYSLAWA SZYMBORSKA
¿Qué será del trabajo y del empleo en el futuro cada vez más
cercano, anunciada ya la cuarta “revolución” industrial, que amenaza dejar un
tendal de cuerpos y lenguajes fuera del juego del capital? ¿Dónde se sostiene y se
sostendrá la materialidad de nuestras vidas? Más aún ¿quién cuida y quien cuidará
de nosotras?[1] A
veces sucede que todas estas preguntas, juntas, irrumpen casi sin avisar y se conjugan
como relámpagos en la noche, para incomodar, iluminar y desbloquear algunos
caminos, palabras, interrogantes, frases que parecían impronunciables. Fraseos
y palabras que, a pesar de nuestras desconfianzas, hacen cosas. Quizás la construcción de nuevas situaciones
colectivas, donde las vidas no sean sólo algo a ser masacrado y llorado, resida
en la puesta en juego, en común, de estos impronunciables. Lo imposible está
ahí, más cerca a veces de lo que nos atrevemos a pensar. Y su organización
suele ser una cuestión de tiempos y azares compartidos.
“Cuales sean las
pseudotolerancias de que haga alarde, el orden capitalista bajo todas sus
formas (familia, escuela, fábricas, ejército, códigos, discursos…) continúa
sometiendo toda la vida deseante, sexual, afectiva, a la dictadura de su
organización totalitaria fundada sobre la explotación, la propiedad, el poder
masculino, la ganancia, el rendimiento…” escribía Félix Guattari, en un artículo[2]
publicado en forma anónima hacia 1973. Sistema de explotación masculinista, que
integra sus unidades por fragmentos on-demand,
cuya ley del valor se estructura en una cada vez más sofisticada cadena de
desposesión por invisibilización. Las vidas rotas, puestas constantemente a
trabajar, con el salario (o la ausencia del mismo) como uno de sus engranajes
moduladores fundamentales. Un laberinto que recorremos a partir de estos
impronunciables para que no se transforme en un enjambre que todo lo atrapa y
lo integra, del que lograremos salir por abajo, tal y como lo hacen los topos,
y de modo transversal, inventando en la intemperie (“nos tenemos a nosotras”, coreaban las mujeres en las manifestaciones
del último 8 de marzo). Enfrentando muchas veces el silencio, el sabotaje, y la
agresión de las estructuras tradicionales de representación (sindicatos
mayoritarios, partidos políticos, parlamentos).
La articulación transversal y paciente se hace Montando pollos en cada recepción. Así nos lo cuentan cantando Las Kellys[3]
(juego de palabras abreviado para nombrarse como “las que limpian”), colectivo
español de camareras de piso y de hoteles que se organizaron para denunciar y enfrentar
colectivamente la hiperexpolotación y la precarización a la que estas empresas
turísticas y hoteleras -mediante sus conocidas políticas de externalización y
subcontratación, moneda corriente en el Reino de España- someten a sus
trabajadoras. Ellas se definen como el
alma del hotel, el lenguaje que lo alimenta y lo hace funcionar. Es ese
lenguaje envenenado, medido por protocolos de valorización y obediencia estandarizados, en
el que los cuerpos y las palabras solo cuentan para la extracción de beneficios y rendimientos
crecientes (la tan mentada productividad), que sufre una combustión sensible y
salta por los aires en boca de Las Kellys. Para decir No y en ese gesto abrir
un espacio de rebelión colectiva allí donde todo parecía estar
determinado al abuso, el chantaje y el padecimiento individual y fragmentado
Félix González Torres / Untitled / 1994
O mediante la organización y la articulación de performances, intervenciones y protestas periódicas en el espacio del polígono de Villaverde -sito en
la Comunidad de Madrid- y la posterior fundación del Colectivo Hetaira[4]
y la Colectiva AFEMTRAS (Asociación Feminista por el Trabajo Sexual),
agrupamientos de las que se valen las trabajadoras sexuales de dicha Comunidad
para dar visibilidad a sus reivindicaciones laborales y defender sus derechos y
sus vidas en un contexto donde se eslabonan hipocresías de larga data, leyes
represivas, brutalidad y abandono institucional, y que las sume en un estado de
vulnerabilidad permanente, más allá de las buenas intenciones y los discursos
de cambio y presunta renovación. Una conspiración de los cuerpos y los goces
invisibilzados por el lucro y la doble moral patriarcal, entretejida a partir de un poder dar cuenta de
humillaciones, violencias, anhelos y deseos compartidos
Es en la organización de aquellas a las que nadie puede o
quiere escuchar ni defender que aparece sin matices el punto ciego de la
representación, máxime cuando dicha representación estructura su dinámica en un
marco político e institucional cada vez más cruel, racista y excluyente, en el
que abundan las muertes por violencia policial, los presos políticos, las
micropenalidades que cercan nuestros recorridos por la ciudad, los
represaliados por un escribir un tweet. Punto ciego que al tiempo que desnuda
impotencias, habilita nuevas experimentaciones y narrativas existenciales, así
como urgentes disputas colectivas por la sostenibilidad de la vida en común,
que siguen siendo protagonizadas por aquellas y aquellos cuerpos que son menos que nada para la cuenta del capital, pero de los que el capital no puede
de ninguna manera prescindir para su reproducción. La insurrección crece allí donde el hacer-política ya no tiene lugar porque no puede nada. Y se ramifica sin
reclamar tutelajes ni portavocías espurias.
Fotograma del corto Organizar lo Imposible (Tonina Matamalas
/ Carme Gomila / Las Kellys Barcelona /Coop. de técniques, 2017)
Al iniciar la
escritura de estos apuntes nos preguntábamos que será del trabajo y sobre
quienes cuidaran de nosotras, y de qué modo sostendremos la vida en este planeta
cada vez más agredido. Un ensayo de respuesta comienza a desplegarse a partir
de la importancia y de la potencia imprevisible de articulación y
repolitización de aquellas invisibilizadas que trabajan y se ocupan de los
cuidados (en su gran mayoría mujeres). Las articulaciones repolitizadoras –aquí
no habría que desestimar el potencial conjuntivo de las nuevas tecnologías[5]-
constituyen una porosa fortaleza y una posibilidad de autodefensa afirmativa frente
al arrasamiento de las vidas provocado por la intensificación de las necropolíticas
neoliberales. Promesa que hace lazo en presente de lo que Clara Valverde llama
una empatía radical[6],
que habilite pensamientos y prácticas de sustracción (del trabajo agobiante, de
los lenguajes estereotipados, de los vínculos deserotizados por la competencia
y el agotamiento). Un poderoso y mutante preferiría
no hacerlo (así) que vectoriza el despliegue de novedosas interrupciones,
revueltas y formas de vida en las cuales, lentamente y al modo de las
tejedoras, comienzan a bordearse - sí, ahora - los mundos por venir.
[1]
Estos apuntes han sido fraguados y escritos a partir del Seminario“Trabajo más allá del empleo: producción y reproducción en la era del
postrabajo”, realizado durante los días 21 y 22 de marzo de 2018 en el marco del proyecto de investigación Working Dead Escenarios del Postrabajo. Dicho seminario y el proyecto de investigación en el que se inscribe -vale aclararlo- han sido y son auspiciados, sufragados y acogidos por La Virreina Centre de la Imatge, institución pública sita en la ciudad de Barcelona. Debo mucho de
estas anotaciones a María, Antonio y Marta, integrantes de este colectivo de
investigación, y a las participantes en dicho seminario. Agradezco asimismo a Valentin Roma , director de La Virreina, por las aclaraciones que muy gentilmente me hizo llegar, relativas al entramado del seminario y el proyecto de investigación dentro de dicha institución
[2]
Guattari F. Para acabar con la masacre
del cuerpo, Recherches N° 12, 1973. Disponible en https://periodicoelamanecer.wordpress.com/2015/02/11/para-acabar-con-la-masacre-del-cuerpo-felix-guattari
[3]
Ver más en https://laskellys.wordpress.com/quienes-somos/
[4]
Para más información ver http://www.colectivohetaira.org/
[5] Un ejemplo del modo en que las redes sociales pueden ser catalizadores de encuentros
y nuevas politizaciones lo ofrecen justamente Las
Kellys. A la pregunta de cómo nacieron y comenzaron a organizarse ellas dicen “(…) Nos empezamos a juntar mediante las
redes sociales en 2014. A las primeras camareras de piso se
fueron conectando otras compañeras de distintos lugares
dando testimonio de su situación laboral, varias de nosotras quisimos dar
un paso más allá y empezamos a quedar para apoyarnos. A lo
largo del 2015 pasamos de desahogarnos
por internet a la autoorganización: formamos una
serie de grupos territoriales en determinados destinos turísticos de España(…)
(...) Vimos que al unirnos por encima de preferencias políticas personales el debate sobre nuestra situación laboral se hacía mucho más público de modo que fue a inicios de 2016 cuando, con el fin de hacer oficial nuestra existencia, optamos por constituirnos como Asociación Las Kellys. ”
[6]
Valverde Gefaell, Clara, De la
necropolítica neoliberal a la empatía radical
Violencia discreta, cuerpos excluidos y repolitización, Icaria
Editorial, Barcelona, 2015