domingo, 25 de marzo de 2018

ORGANIZAR LO IMPOSIBLE. ALGUNOS APUNTES SOBRE LA SUBLEVACIÓN




Qué lento pasa el tiempo.
Parece que ya.
Todavía no.
Sí, ahora.

WYSLAWA SZYMBORSKA



¿Qué será del trabajo y del empleo en el futuro cada vez más cercano, anunciada ya la cuarta “revolución” industrial, que amenaza dejar un tendal de cuerpos y lenguajes fuera del juego del capital? ¿Dónde se sostiene y se sostendrá la materialidad de nuestras vidas? Más aún ¿quién cuida y quien cuidará de nosotras?[1] A veces sucede que todas estas preguntas, juntas, irrumpen casi sin avisar y se conjugan como relámpagos en la noche, para incomodar, iluminar y desbloquear algunos caminos, palabras, interrogantes, frases que parecían impronunciables. Fraseos y palabras que, a pesar de nuestras desconfianzas, hacen cosas.  Quizás la construcción de nuevas situaciones colectivas, donde las vidas no sean sólo algo a ser masacrado y llorado, resida en la puesta en juego, en común, de estos impronunciables. Lo imposible está ahí, más cerca a veces de lo que nos atrevemos a pensar. Y su organización suele ser una cuestión de tiempos y azares compartidos.



“Cuales sean las pseudotolerancias de que haga alarde, el orden capitalista bajo todas sus formas (familia, escuela, fábricas, ejército, códigos, discursos…) continúa sometiendo toda la vida deseante, sexual, afectiva, a la dictadura de su organización totalitaria fundada sobre la explotación, la propiedad, el poder masculino, la ganancia, el rendimiento…” escribía Félix Guattari, en un artículo[2] publicado en forma anónima hacia 1973. Sistema de explotación masculinista, que integra sus unidades por fragmentos on-demand, cuya ley del valor se estructura en una cada vez más sofisticada cadena de desposesión por invisibilización. Las vidas rotas, puestas constantemente a trabajar, con el salario (o la ausencia del mismo) como uno de sus engranajes moduladores fundamentales. Un laberinto que recorremos a partir de estos impronunciables para que no se transforme en un enjambre que todo lo atrapa y lo integra, del que lograremos salir por abajo, tal y como lo hacen los topos, y de modo transversal, inventando en la intemperie (“nos tenemos a nosotras”, coreaban las mujeres en las manifestaciones del último 8 de marzo). Enfrentando muchas veces el silencio, el sabotaje, y la agresión de las estructuras tradicionales de representación (sindicatos mayoritarios, partidos políticos, parlamentos).



 La articulación transversal y paciente se hace Montando pollos en cada recepción.  Así nos lo cuentan cantando Las Kellys[3] (juego de palabras abreviado para nombrarse como “las que limpian”), colectivo español de camareras de piso y de hoteles que se organizaron para denunciar y enfrentar colectivamente la hiperexpolotación y la precarización a la que estas empresas turísticas y hoteleras -mediante sus conocidas políticas de externalización y subcontratación, moneda corriente en el Reino de España- someten a sus trabajadoras. Ellas se definen como el alma del hotel, el lenguaje que lo alimenta y lo hace funcionar. Es ese lenguaje envenenado, medido por protocolos de valorización y obediencia estandarizados, en el que los cuerpos y las palabras solo cuentan para la extracción de beneficios y rendimientos crecientes (la tan mentada productividad), que sufre una combustión sensible y salta por los aires en boca de Las Kellys. Para decir No y en ese gesto abrir un espacio de rebelión colectiva allí donde todo parecía estar determinado al abuso, el chantaje y el padecimiento individual y fragmentado



Félix González Torres / Untitled / 1994




O mediante la organización y la articulación de performances, intervenciones y protestas periódicas en el espacio del polígono de Villaverde -sito en la Comunidad de Madrid- y la posterior fundación del Colectivo Hetaira[4] y la Colectiva AFEMTRAS (Asociación Feminista por el Trabajo Sexual), agrupamientos de las que se valen las trabajadoras sexuales de dicha Comunidad para dar visibilidad a sus reivindicaciones laborales y defender sus derechos y sus vidas en un contexto donde se eslabonan hipocresías de larga data, leyes represivas, brutalidad y abandono institucional, y que las sume en un estado de vulnerabilidad permanente, más allá de las buenas intenciones y los discursos de cambio y presunta renovación. Una conspiración de los cuerpos y los goces invisibilzados por el lucro y la doble moral patriarcal, entretejida  a partir de un poder dar cuenta de humillaciones, violencias, anhelos y deseos compartidos



Es en la organización de aquellas a las que nadie puede o quiere escuchar ni defender que aparece sin matices el punto ciego de la representación, máxime cuando dicha representación estructura su dinámica en un marco político e institucional cada vez más cruel, racista y excluyente, en el que abundan las muertes por violencia policial, los presos políticos, las micropenalidades que cercan nuestros recorridos por la ciudad, los represaliados por un escribir un tweet. Punto ciego que al tiempo que desnuda impotencias, habilita nuevas experimentaciones y narrativas existenciales, así como urgentes disputas colectivas por la sostenibilidad de la vida en común, que siguen siendo protagonizadas por aquellas y aquellos cuerpos que son menos que nada para la cuenta del capital, pero de los que el capital no puede de ninguna manera prescindir para su reproducción. La insurrección crece allí donde el hacer-política ya no tiene lugar porque no puede nada. Y se ramifica sin reclamar tutelajes ni portavocías espurias.




Fotograma del corto Organizar lo Imposible (Tonina Matamalas / Carme Gomila / Las Kellys Barcelona /Coop. de técniques, 2017)



 Al  iniciar la escritura de estos apuntes nos preguntábamos que será del trabajo y sobre quienes cuidaran de nosotras, y de qué modo sostendremos la vida en este planeta cada vez más agredido. Un ensayo de respuesta comienza a desplegarse a partir de la importancia y de la potencia imprevisible de articulación y repolitización de aquellas invisibilizadas que trabajan y se ocupan de los cuidados (en su gran mayoría mujeres). Las articulaciones repolitizadoras –aquí no habría que desestimar el potencial conjuntivo de las nuevas tecnologías[5]- constituyen una porosa fortaleza y una posibilidad de autodefensa afirmativa frente al arrasamiento de las vidas provocado por la intensificación de las necropolíticas neoliberales. Promesa que hace lazo en presente de lo que Clara Valverde llama una empatía radical[6], que habilite pensamientos y prácticas de sustracción (del trabajo agobiante, de los lenguajes estereotipados, de los vínculos deserotizados por la competencia y el agotamiento). Un poderoso y mutante preferiría no hacerlo (así) que vectoriza el despliegue de novedosas interrupciones, revueltas y formas de vida en las cuales, lentamente y al modo de las tejedoras, comienzan a bordearse - sí, ahora - los mundos por venir. 







[1] Estos apuntes han sido fraguados y escritos a partir del Seminario“Trabajo más allá del empleo: producción y reproducción en la era del postrabajo”, realizado durante los días 21 y 22 de marzo de 2018 en el marco del proyecto de investigación Working Dead Escenarios del Postrabajo. Dicho seminario y el proyecto de investigación en el que se inscribe -vale aclararlo- han sido y son auspiciados, sufragados y acogidos por La Virreina Centre de la Imatge, institución pública sita en la ciudad de Barcelona. Debo mucho de estas anotaciones a María, Antonio y Marta, integrantes de este colectivo de investigación, y a las participantes en dicho seminario. Agradezco asimismo a Valentin Roma , director de La Virreina, por las aclaraciones que muy gentilmente me hizo llegar, relativas al entramado del seminario y el  proyecto de investigación dentro de dicha institución

[2] Guattari F. Para acabar con la masacre del cuerpo, Recherches N° 12, 1973. Disponible en https://periodicoelamanecer.wordpress.com/2015/02/11/para-acabar-con-la-masacre-del-cuerpo-felix-guattari

[3] Ver más en  https://laskellys.wordpress.com/quienes-somos/

[4] Para más información ver http://www.colectivohetaira.org/

[5] Un ejemplo del modo en que las redes sociales pueden ser catalizadores de encuentros y nuevas  politizaciones lo ofrecen justamente Las Kellys. A la pregunta de cómo nacieron y comenzaron a organizarse ellas dicen “(…) Nos empezamos a juntar mediante las redes sociales en 2014. A las primeras camareras de piso se fueron conectando otras compañeras de distintos lugares dando testimonio de su situación laboral, varias de nosotras quisimos dar un paso más allá y empezamos a quedar para apoyarnos. A lo largo del 2015 pasamos de desahogarnos por internet a la autoorganización: formamos una serie de grupos territoriales en determinados destinos turísticos de España(…)

(...) Vimos que al unirnos por encima de preferencias políticas personales el debate sobre nuestra situación laboral se hacía mucho más público de modo que fue a inicios de 2016 cuando, con el fin de hacer oficial nuestra existencia, optamos por constituirnos como Asociación Las Kellys. ”

[6] Valverde Gefaell, Clara, De la necropolítica neoliberal a la empatía radical
Violencia discreta, cuerpos excluidos y repolitización, Icaria Editorial, Barcelona, 2015

sábado, 10 de marzo de 2018

UN AEROLITO HECHO DE SUEÑOS, MEMORIA Y AMISTAD. SOBRE EL GESTO ABSOLUTO. EL CASO PABLO MOLANO: UNA MUERTE POLÍTICA (SANTIAGO LÓPEZ PETIT)





 No te he perdido a ti
sino al mundo

Ingeborg Bachmann




I – Cuando ya no estabas y tuve que hablar de ti, me di cuenta de que no te conocía, de que no sabía nada de ti. Escribo para conocerte y para que nadie te olvide.


La escritura, cada vez, como una de las formas y de los nombres de la complicidad y de la amistad. Gesto radical de un cuerpo doliente, que le escribe al agitador y al amigo suicidado, en un situarse cara a cara inmanente e inminente con la muerte, no para arrebatarle algo sino para dejarla hablar y de ese modo ajustar algunas cuentas con el mundo. Escribir para ajustar cuentas, para pensar y “conocer” al amigo en su ausencia y conmemorarlo, para conjurar por todos los medios la mueca y el lloriqueo hipócrita de los replicantes de moda, tan ocupados ellos en hacer trizas y en lanzar febril y rápidamente al olvido y al silencio cualquier signo o indicio de un querer vivir que resulte perturbador. Vidas cruzadas –la de Pablo, la de Santiago- que se escriben, se traman y se politizan sobre un fondo y una fuerza indestructible de dolor.


Socialización de las fuerzas de dolor, principio terapéutico al que toda hipótesis comunista debería atender, para poner en juego otro sentido de la crueldad[1], eludiendo esta vez sus devenires autodestructivos. Justo hoy, que nos encontramos ante una coyuntura en la que las crisis económicas y las politizaciones reaccionarias y fascistas amenazan con hacer caer a las vidas, a  su querer-vivir, en un inexorable agujero negro. 






 II. Ir despacio, insistir.


 Hay golpes tan fuertes en la vida…¡Yo no sé!, escribía César Vallejo hace exactamente cien años. Hay vidas que en su insistencia, en su enturbiamiento paulatino –producto de un contagio cada vez más íntimo con el afuera, cada vez más expuesto hacia el mundo- abren caminos, brechas, nuevos modos de conspirar. En sus anomalías y en sus desgarradas invenciones acaban habitando y donando a todos y a cualquiera, una verdad que se dice y se encarna entre lo singular y lo universal: quien quiere vivir acaba teniendo problemas con la Vida -o directamente engullido por ella. En esta encrucijada, punctum cuyas aperturas y riesgos son infinitos, se sitúa y encuentra su ritmo propio, lacerante, la escritura de Santiago López Petit, la vida de Pablo Molano (quien casi no necesito escribir).  La imagen de tapa, inolvidable y conmovedora, de una flor que se estrella contra una -¿nuestra?- pared de cemento gris, y en ese choque la vemos sangrar, signa la invitación a la lectura de El gesto absoluto. El caso Pablo Molano: una muerte política.


¿Cómo se escribe sobre ese gesto absoluto que se repite silenciosamente por millones y al que nadie parece querer prestar atención? Pues rompiendo las reglas, como suele hacerse en los libros y en los poemas más hermosos e inolvidables. Romper las reglas, en este texto, se hace suspendiendo, frenando cualquier tentación argumentativa. Los argumentos, las razones, en tanto procedimientos automáticos, que intentan clausurar y disolver las preguntas, no tienen nada que hacer aquí. La muerte de Pablo, el libro de Santiago, nos obligan a preguntarnos qué nos hace vivir, qué nos sujeta a la vida[2], sabiendo de antemano que a la cadena causal le faltará siempre, y mucho más en este caso, el último eslabón. Necesario, entonces, diagnosticar, romper sujeciones, desertar, con la paciencia de los lobos, que saben de entradas y salidas, de lentitudes y justas velocidades. 


Provocarle trastornos tan fuertes a esa vida que no deja de causarnos problemas, para poder respirar de otra manera. Y abrirle caminos a nuestro querer-vivir. 




Catarina Botelho / O outro nome das coisas / 2010



La escritura rota, entonces, es un arma cargada de presente. La enfermedad –palabra que significa ni más ni menos que no poder estar firmes- y el vector de politización de dicha enfermedad. Un gesto radical porque frágil, digno porque se aparta de cualquier autoindulgencia o ilusión. Y en ese desplazamiento encuentra su propia verdad.


Desplazarse, agitarse, escribir. Escuchar la herida –como lo hacen los esquizos- y no apurarse a cauterizar. Demorarse allí. La gran salud prometida a todos quizás consista, como escribe Santiago en un libro anterior, ya no en salvarse del sufrimiento –ese subterfugio tan cristiano-, mucho menos en valorizarlo, sino en querer vivir más. Ahí quizás nuestra dificultad y nuestro desafío. La herida que se abre a la lectura de este libro, que en su desplegarse se vuelve política, nuestra, nos permite, paradójicamente, seguir respirando, pensando, escribiendo, investigando nuestros límites y tensas comodidades, construyendo-nos allí, en la travesía por la noche, el dolor y la intemperie compartida, nuevas alianzas y futuros mediodías.



 III - Tenemos que politizar todo (y ya)



Al principio estuve montando medios de comunicación alternativos como Okupem les Ones, la Tele, teles comunitarias. Después me puse con el tema de la vivienda. Estuvimos en Magdalenas, una casa okupada, moviendo algunos temas. Una gente estaba con V de vivienda y nosotros estábamos con la PHRP (Promoción de Vivienda Realmente Pública), que era como una red de ocupaciones en el centro de Barcelona. Después de eso me metí en el tema estudiantil porque estaba en la Universidad. Y nos metimos en el tema de Bolonia. Entonces fue el período este álgido de Bolonia y después de Bolonia, salimos de allí a crear una universidad libre, que se llamaba la Rimaia. Esto fue otro momento álgido y desde la Rimaia empezamos a pensar cosas a nivel de ciudad, también. Bueno hicimos una cosa que se llamaba Moviment del 25 y organizamos una huelga social diferente en Barcelona, tomando un edificio muy céntrico (edificio de Banesto en plaza Catalunya) y llamando a otros sujetos políticos que no eran los típicos currantes de las fábricas. Después de eso, hicimos otra incursión que no fue totalmente como las anteriores, sino participando en el 15M, la toma las plazas y todo lo que viene después, el Parlament, las huelgas. De aquello todavía colea alguna cosilla. (Entrevista a Pablo Molano, Enero 2015)


Politizar puede pensarse como el gesto radical que nos permite sostener los cuerpos erguidos, las cabezas desnudas, en una situación de desolación y de oscuridad, que fue la de Pablo pero que es también la nuestra. Situación quizás agravada, dado que el poder del Estado tomó debida nota de las insubordinaciones recientes –okupaciones, creación de la universidades libres y espacios autónomos, 15-M- y en base a la paulatina imposición de penalidades a escala mayor y menor, tales como la creación de las diferentes Ordenanzas Cívicas, la Ley de Seguridad Ciudadana, la represión durante el referéndum en Catalunya, logró extender un estado del miedo en el espacio público y en los cuerpos que día a día lo atraviesan. La agobiante invocación a la autovigilancia y a la automoderación suena en todas las estaciones de metro, para que continuemos circulando cada vez más atomizados y anestesiados. Ajustada maniobra de pinzas necropolítica cuyo objetivo es precarizar, entristecer y adaptar los flujos que nos recorren a la siempre renovada normalidad capitalista.


Neoliberalismo desbocado (y deseable) ¿No es acaso la producción de deseos de orden, de tranquilidad y seguridad, de una acabada vida de derecha (Schwarzbock) flexible y  fácilmente integrable,  el núcleo libidinal de la forma de gobierno actual? La receta que el Estado encuentra para hacer frente a las situaciones, a las voces y a los cuerpos ingobernables, que no se ajustan a esta normalidad, la expuso sin fisuras el presidente de gobierno español en los días previos y posteriores al referéndum de independencia en Catalunya: represión, tranquilidad y elecciones. Vida mula [3] y Estado-guerra global, difuso. El orden de los factores no altera el producto.


La vía para agitar y politizar la Vida Mula, continuum del que todas formamos un poco parte, resulta en ser capaz de percibir aquellas cosillas que aún colean y ponerse en juego entre ellas, extendiendo los presentes y sus posibles más turbios e inexplorados, sabiendo que el combate se ha extendido a toda la vida y a toda la realidad. Desordenarse y desordenar las piezas del castillo para encontrar las salidas y los respiraderos más adecuados.


Combatir para comprender (Rozitchner), entonces, en tanto gesto que relanza los desafíos y los devenires (de Pablo, de Santiago, de nosotras). En estas vidas cruzadas y en sus escrituras se juega toda una política y una erótica colectiva de las mezclas, contagios y transversalidades, en cierto modo fabulosas, donde el problema de las dosis y de las intensidades se torna central, si deseamos ir más allá de los agujeros negros y apuntar nuestras fuerzas de alegría y de dolor hacia la invención común. 
                                           

Vamos lentos porque vamos lejos.
Y de aquello todavía colea alguna cosilla…




[1] “Digo crueldad como quien dice voluntad de vida” (A. Artaud – El teatro y su doble)

[2] Evitando asimismo la tentación romántica, profundamente despolitizadora del gesto. Pablo Molano no era ni es una figura romántica. El hombre romántico lucha contra sus fantasmas. Pablo luchaba, en cambio, contra la policía y la política de un Estado que le atacaba y le perseguía (p. 82)

[3] Así define Juguetes Perdidos, colectivo de investigación argentino, a un nuevo modo de valorizar la vida en el cual los cuerpos precarizados, atizados por un terror y una intranquilidad anímica permanente, se disponen a lo que sea para defender el orden (precario o no) que supieron conseguir. Contrato social pero sobre todo existencial, terapéutico si se quiere, que estos cuerpos no están en principio dispuestos a romper, basado en consumo + “muleo” + “engorramiento”. Ver más en http://colectivojuguetesperdidos.blogspot.com.es/